No quería, pero me han obligado a escribir este artículo los
ataques indiscriminados que parte de mi gremio, el de historiadores,
ha realizado contra la autora de “Imperiofobia y leyenda negra”.
Y, como historiador, quería intervenir. Es evidente que la hoja de
ruta está clara: demonizar de tal manera que solo su nombre se
convierta en sinónimo de antihistoriografía, y se le expulse de
cualquier pretendido saber académico.
Yo
he leído a Roca Barea, cosa que sospecho que no han hecho muchos de
sus detractores, puesto que las críticas que realizan denotan
ignorancia. “Imperiofobia y leyenda negra” es un excelente libro
de divulgación histórica. No es una tesis doctoral ni pretende
serlo. Es cierto que los presupuestos de la Leyenda Negra
antiespañola ya estaban derribados entre historiadores, pero ahí
está la clave, solo entre historiadores. Esa gran refutación de la
Leyenda Negra no había llegado aún al ámbito popular, que
es el melón que ha abierto Roca Barea (más de 100.000 ejemplares
leídos y 25 ediciones, creo recordar). Quizás en vez de criticarla,
habría que preguntarse qué han estado haciendo los historiadores
todos estos años en vez de ofenderse.
Cualquiera
que pase por un instituto por una clase de Historia, y yo lo hago a
diario, puede observar como los presupuestos principales de la
Leyenda Negra siguen incrustados entre la población: España país
atrasado, supersticioso, genocida y cainita. Y ya partiendo de ahí,
cada alumno conoce quizás algo más: Inquisición, Conquista de
América, etc. Es un paradigma mental tan fuertemente arraigado y tan
nocivo para la vida de un país, que solo puede ser bienvenida una
refutación que se haga tan popular. No es positivo para un país,
igual que no lo es para una persona, ese ejercicio de autofragelación
permanente sobre su pasado que solo trae frustración, pesimismo y
profecía negativa autocumplida.
“Es
un libro patriotero y nacionalista”. Con esta crítica se deja
claro que no se ha leído Imperiofobia. En todo momento, Roca Barea
afirma que los españoles no eran superiores a nadie. Incluso
cuando reflexiona sobre la Escuela de Salamanca y su aportación al
Derecho y la Economía, deja claro que los españoles no llegaron a
eso por ser mejores que nadie, sino porque eran los imperiales del
momento. Y los Imperios universales siempre tienen una mentalidad de
responsabilidad sobre el mundo, comparando esto con los pensadores
romanos y los estadounidenses en sus respectivas épocas. Tampoco
exalta el catolicismo, y comparte que era una religión intolerante
en los siglos XVI y XVII, pero niega que lo fuera más que luteranos
y calvinistas.
El
franquismo y el nacionalcatolicismo no niegan la Leyenda Negra, se
apropian de ella y la hacen suya. Los conceptos negativos de esta se
transforman en positivos: cerrazón, intolerancia, ultracatolicismo,
etc. Roca Barea niega los presupuestos de base de la Leyenda Negra,
no los defiende de forma positiva. Eso la hace más antifranquista
que cualquier historiador negrolegendario de izquierdas.
¿Por
qué el ataque tan duro a la autora? En primer lugar, pienso que
subyace una idea corporativista que no sabe estar en el mundo. Muchos
historiadores realizan sus congresos, conferencias, ponencias y creen
que ya el mito está derribado. La Historia es una gran desconocida
para muchos ciudadanos de a pie. En segundo lugar, la tradicional
hispanofobia de parte de la izquierda española que copa las
Universidades, y que ha asumido los presupuestos de la Leyenda Negra.
Quizás ha desterrado los puramente históricos, pero le sigue
avergonzando España como tal. Tampoco esta historiografía,
evidentemente, tiene nada que decir, ni nada que disputar a la
hegemonía cultural protestante en la Unión Europea. Alemania
y Europa celebraron por todo lo alto en 2017 el quinto centenario de
Lutero y la Reforma. No lo celebraron como un hito histórico
nacional o europeo, sino como el nacimiento de la libertad
religiosa. Hablar de libertad
religiosa en el luteranismo del siglo XVI es poco menos que un
chiste. Y esto no es cosa de cuatro gatos en Twitter, es un país y
el ente supranacional que nos agrupa a todos defendiendo una visión
clásica y negrolegendaria: catolicismo intolerante y Reforma
progresista que viene a acabar con la injusticia de Roma. También Suiza u Holanda homenajean y ponen estatuas a Calvino, que sería algo así como si en España ensalzáramos a Torquemada.
Es
especialmente sangrante teniendo en cuenta que esa misma Unión
Europea ha pasado de largo la conmemoración de la Primera Vuelta al
Mundo, una hazaña geográfica sin implicaciones ideológicas, o la
Conquista de México por Hernán Cortés (de la que se avergüenza el
propio Gobierno de España en palabras del Ministro de Cultura).
La
desidia de la historiografía española por todo esto provoca libros
como los de Roca Barea. Antes de criticarlos, mejor habría que
mirarse en un espejo incómodo y hacer autocrítica. Y por
último, y no menos importante, a mí personalmente Roca Barea me
cautivó en el prólogo, cuando deja claras al lector sus líneas
ideológicas, políticas y religiosas. Ese ejercicio de honestidad
intelectual para con el lector lo he visto poco entre reputados
académicos que pretenden estar por encima del Bien y del Mal.